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domingo, 27 de octubre de 2013

Una pelea constante consigo misma.

Iba caminando sin rumbo fijo, mirando a su alrededor con cara de miedo. Alguien la paró por la calle, ella chilló y comenzó a correr sin darse cuenta de que era su mejor amiga. No paró de correr, todo la horrorizaba: en el ruido de los coches al pasar escuchaba una melodía fatal, en cada pared observaba cincuenta sombras, en cada persona veía un asesino encapuchado, en cada fuente el agua cristalina se transformaba en ríos de sangre, en cada árbol había cien garras que intentaban atraparla, en cada papel tirado por el suelo o en cada cartel pegado por la cuidad leía su nombre, escrito con sangre en cada rincón... siguió corriendo hasta llegar a casa, una vez allí saludo con un grito a su familia y se metió en el baño. Se miró al espejo, mientras una voz le susurraba que no era bonita, que todo lo hacía mal, que nadie la querría, que no valía para nada, que su belleza no era interior ni, por supuesto, exterior. Ella le gritaba que se callase, pero en el fondo la creía. Esa voz eran sus pensamientos, el horror que veía en todos lados era su imaginación jugándole malas pasadas. Nunca tuvo el valor de callar a esa voz, nunca tuvo el valor de aceptarse a si misma. Su vida se basaba en una pelea constante consigo misma.

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